miércoles, 20 de mayo de 2020

¿Juega la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela a apagar sus propias luces?


También sabemos qué cruel es a menudo la verdad, y nos preguntamos si el engaño no es más consolador.

Jules Henri Poincaré
Matemático, físico, filósofo francés del siglo XIX


¿Juega la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela a apagar sus propias luces?

Alberto Salazar
18 de Mayo de 2020


En este tercer milenio, el triste hecho de que una academia venezolana, divulgando un informe deficiente y poco científico, haya olvidado su esencia y propósito, para ceder ante intereses y deseos políticos, constituye una tragedia significativa para la nación. Y es que, con semejante falla ha terminado colocándose en el lado de lo que se supone debía combatir; el espacio de los que promueven todo aquello que es contrario a la ciencia y que no pocas veces se disfraza de ella. Con sarcasmo pudiéramos decir que respaldando semejante dislate científico, la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela olvidó su esencia, echó por la borda siglos de dura pelea y avance contra el pensamiento mítico y resquebrajó sus bases filosóficas.

Y es que la verdadera ciencia es la más interesada en conocer la verdad y por ello es muy rigurosa ante las equivocaciones e ilusiones. Se adelanta con extrema precaución antes de expresarse y aún después de haberlo hecho, sujeta todos sus pronunciamientos ante futuras y potenciales revisiones. De forma que no escatima esfuerzo para verificar sus afirmaciones o teorías, rechaza el dogmatismo, las creencias sin bases firmes, demanda comprobaciones por doquier y se pronuncia únicamente, cuando su descubrimiento ha superado un proceso arduo de exámenes y revisiones. No satisfecha ante todo eso, siempre deja espacio para retornar y validar cualquier dicho que previamente haya realizado, llegando incluso a potencialmente negar por completo su contenido en caso de que disponga de nueva información que le permita contradecirse racionalmente. Siglos de estudio y aplicación han refinado este proceder y constituyen para el mundo moderno uno de los pilares que sostiene su respeto y poder.

En un mundo de incertidumbre e ignorancia, la ciencia cuidadosamente enciende una luz para decir yo puedo ayudar a que el hombre reconozca con la mejor precisión y “objetividad” posible, lo que le rodea o atrae. Esto quiere decir, que la ciencia es cuidadosa y precavida ante lo que divulga y si no dispone de suficiente evidencia que respalde una postura, prefiere mantener silencio o claramente sostener que no tiene elementos que le permitan pronunciarse. Esta fundamentación teórica no es algo que un Palacio de Academias Científicas desconozca, por el contrario este es su credo, su mantra y el pilar que la guía en todo lo que realiza. Una academia científica está conformada por numerosos y prestigiosos científicos de las áreas que la constituyen, los cuales tradicionalmente llevan duros y largos años de altos estudios y notables investigaciones para poder incorporarse a ella. Y es únicamente, cuando superan un sólido grado de perfección en su trabajo, que pueden ser considerados como posibles miembros.

Así pues, es absurdo pensar que una Academia Científica nacional pueda haber cometido un desliz al emitir, públicamente, un informe donde señala describir el estado de una pandemia en la nación y además, emite conclusiones acerca de su posible evolución inmediata. Una equivocación tan garrafal, donde el informe presenta una muy vergonzosa parametrización sobre un modelo matemático, al igual que un risible esquema de validación y para colmo, un conjunto de premisas también discutibles, tiene que ser producto de algo más serio que un simple “gaffé”.

No se puede creer que un trabajo con tantas deficiencias conceptuales, que tiene incluso expresiones no acordes con las referencias de costumbre y aceptación en el mundo científico y, que para colmo posee un estilo de escritura alejado de la tradicional escritura científica, pueda haber salido con el visto bueno de tantos expertos. No señor, no hace falta ser un profesor jubilado para ver lo que resulta obvio hasta a un estudiante de último año de su carrera universitaria. Así que aquellos que amamos la ciencia, a la academia, que hemos hecho de la investigación y docencia universitaria nuestra vida, estos nos deja desolados, decepcionados e indignados, al igual que nos pone a especular que debe haber oculto oscurantistasen nuestra propia academia venezolana. Seres más propios de una inquisición que del verdadero pensamiento científico, individuos que al igual que hace siglos, por defender una fe religiosa amenazaban con quemar vivo a Galileo, hoy están dispuestos a inmolar el nombre, prestigio e historia de nuestra academia científica, para promover o defender una ideología que se ajusta a su postura política. Falsos científicos que por estar a disgusto con la realidad que les rodea, pretenden escudarse en su toga para desvirtuar y falsificar la verdad. Nada más anti-científico en el corazón de nuestra ciencia.

¿Qué podría restaurar tal daño y ofensa a nuestra academia venezolana, así como le permitiría limpiar su cara ante el pueblo que la observa? Lo mismo que la conforma, su capacidad de investigación, de purga y defensa apasionada de la verdad. Una rectificación pública y a fondo que se ajuste con aquel viejo adagio en latín “Amicus Plato sed magis amica veritas (Platón es mi amigo, pero más amigo de la verdad soy).