“También
sabemos qué cruel es a menudo la verdad, y nos preguntamos si el
engaño no es más consolador.”
Jules Henri Poincaré
Matemático,
físico, filósofo francés del siglo XIX
¿Juega
la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de
Venezuela a apagar sus propias luces?
Alberto
Salazar
18 de Mayo de 2020
En
este tercer milenio, el triste hecho de que una academia venezolana,
divulgando un informe deficiente y poco científico, haya olvidado su
esencia y propósito, para ceder ante intereses y deseos políticos,
constituye una tragedia significativa para la nación. Y es que, con
semejante falla ha terminado colocándose en el lado de lo que se
supone debía combatir; el espacio de los que promueven todo aquello
que es contrario a la ciencia y que no pocas veces se disfraza de
ella. Con sarcasmo pudiéramos decir que respaldando semejante
dislate científico, la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y
Naturales de Venezuela olvidó su esencia, echó por la borda siglos
de dura pelea y avance contra el pensamiento mítico y resquebrajó
sus bases filosóficas.
Y
es que la verdadera ciencia es la más interesada en conocer la
verdad y por ello es muy rigurosa ante las equivocaciones e
ilusiones. Se adelanta con extrema precaución antes de expresarse y
aún después de haberlo hecho, sujeta todos sus pronunciamientos
ante futuras y potenciales revisiones. De forma que no escatima
esfuerzo para verificar sus afirmaciones o teorías, rechaza el
dogmatismo, las creencias sin bases firmes, demanda comprobaciones
por doquier y se pronuncia únicamente, cuando su descubrimiento ha
superado un proceso arduo de exámenes y revisiones. No satisfecha
ante todo eso, siempre deja espacio para retornar y validar cualquier
dicho que previamente haya realizado, llegando incluso a
potencialmente negar por completo su contenido en caso de que
disponga de nueva información que le permita contradecirse
racionalmente. Siglos de estudio y aplicación han refinado este
proceder y constituyen para el mundo moderno uno de los pilares que
sostiene su respeto y poder.
En
un mundo de incertidumbre e ignorancia, la ciencia cuidadosamente
enciende una luz para decir yo puedo ayudar a que el hombre reconozca
con la mejor precisión y “objetividad” posible, lo que le rodea
o atrae. Esto quiere decir, que la ciencia es cuidadosa y precavida
ante lo que divulga y si no dispone de suficiente evidencia que
respalde una postura, prefiere mantener silencio o claramente
sostener que no tiene elementos que le permitan pronunciarse. Esta
fundamentación teórica no es algo que un Palacio de Academias
Científicas desconozca, por el contrario este es su credo, su mantra
y el pilar que la guía en todo lo que realiza. Una academia
científica está conformada por numerosos y prestigiosos científicos
de las áreas que la constituyen, los cuales tradicionalmente llevan
duros y largos años de altos estudios y notables investigaciones
para poder incorporarse a ella. Y es únicamente, cuando superan un
sólido grado de perfección en su trabajo, que pueden ser
considerados como posibles miembros.
Así
pues, es absurdo pensar que una Academia
Científica nacional pueda haber cometido un desliz al emitir,
públicamente, un informe donde señala describir el estado de una
pandemia en la nación y además, emite
conclusiones acerca de su posible evolución
inmediata. Una equivocación tan
garrafal, donde el informe presenta una
muy vergonzosa
parametrización sobre
un modelo matemático, al igual que un
risible esquema de validación y para
colmo, un conjunto de premisas
también discutibles,
tiene que ser producto de algo más serio
que un simple “gaffé”.
No
se puede creer que un trabajo con tantas deficiencias conceptuales,
que tiene incluso expresiones no acordes con
las referencias de costumbre
y aceptación en el
mundo científico y, que para colmo posee
un estilo de escritura alejado de la
tradicional escritura científica, pueda haber salido con el visto
bueno de tantos expertos. No señor, no
hace falta ser un profesor jubilado para ver lo que resulta obvio
hasta a un
estudiante de último año de su carrera universitaria. Así que
aquellos que amamos la ciencia, a la
academia, que hemos hecho de la investigación y docencia
universitaria nuestra vida, estos nos deja
desolados, decepcionados
e indignados, al igual que nos pone a especular
que debe haber oculto “oscurantistas”
en nuestra propia academia venezolana.
Seres más propios de una inquisición que del verdadero pensamiento
científico, individuos que al igual que hace siglos, por defender
una fe religiosa
amenazaban con quemar vivo a Galileo, hoy están dispuestos a inmolar
el nombre, prestigio e historia de nuestra academia científica, para
promover o defender una ideología que se ajusta a su postura
política. Falsos científicos que por
estar a disgusto con la realidad que les rodea, pretenden escudarse
en su toga para desvirtuar y falsificar la verdad. Nada
más anti-científico
en el corazón de nuestra ciencia.
¿Qué
podría restaurar tal daño y
ofensa a
nuestra academia venezolana,
así
como le permitiría
limpiar su cara ante el pueblo que la observa?
Lo mismo que la conforma, su capacidad de investigación, de
purga
y defensa apasionada
de
la verdad. Una
rectificación pública y
a fondo que
se ajuste con aquel
viejo adagio en latín “Amicus
Plato sed magis amica veritas”
(Platón
es mi amigo, pero más amigo de la verdad soy).